DEFINICION DE CALCEDONIA
El cuarto Concilio Ecuménico de Calcedonia, en Asia Menor (la actual Turquía), se reunió en el año 451 para abordar la idea de que Jesús carecía de naturaleza humana (junto con otras cuestiones eclesiásticas). Calcedonia intentó definir una vía intermedia que equilibrara los aspectos divinos y humanos de Jesús, subrayando que Jesús tenía dos naturalezas unificadas en una sola persona, de modo que era genuinamente humano y a la vez verdaderamente divino. Calcedonia también tuvo cuidado de evitar decir que Jesús era dos personas, una posición llamada nestorianismo que ya había sido rechazada en el tercer concilio ecuménico de Éfeso en el año 431.
Siguiendo, pues, a los santos padres, nos unimos para enseñar a todos los hombres a confesar al único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Este mismo es perfecto tanto en deidad como en humanidad; este mismo es también realmente Dios y realmente hombre, con un alma racional y un cuerpo. Es de la misma realidad que Dios en cuanto a su deidad y de la misma realidad que nosotros mismos en cuanto a su humanidad; por tanto, es como nosotros en todos los aspectos, salvo en el pecado. Antes de que comenzara el tiempo fue engendrado por el Padre, en lo que respecta a su deidad, y ahora, en estos «últimos días», por nosotros y en nombre de nuestra salvación, este mismo nació de María la virgen, que es portadora de Dios en lo que respecta a su humanidad.
También enseñamos que aprehendemos a este único Cristo -Hijo, Señor, unigénito- en dos naturalezas; y lo hacemos sin confundir las dos naturalezas, sin transmutar una naturaleza en la otra, sin dividirlas en dos categorías separadas, sin contrastarlas según el área o la función. El carácter distintivo de cada naturaleza no queda anulado por la unión. Por el contrario, las «propiedades» de cada naturaleza se conservan y ambas concurren en una sola «persona» y en una sola realidad. No están divididas o cortadas en dos personas, sino que son juntas el único y solo Verbo de Dios, el Señor Jesucristo. Así lo testificaron los profetas de la antigüedad; así nos lo enseñó el mismo Señor Jesucristo; así nos lo ha transmitido el Credo de los Padres.